No lo pone fácil
el viento de poniente
ni la forma en la que callas
tras la sonrisa incoherente
o la ausencia notoria de tus lágrimas.
No lo pone nada fácil.
Si pudiera sugerir algo,
te pediría
que nos ayudara la noche,
o un güisqui o diez,
que no sonara —todo— tan premeditado
o que fueras —al menos— vestida
o todo eso y a la vez.
Y si son, de verdad, las últimas,
las últimas palabras
que te oiré, desnuda,
diosa:
ten piedad.
(o, al menos,
haz descansar tu mano
en un lugar más neutral).
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