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sábado, 18 de abril de 2020

ACRÓPOLIS



Cada día veíamos menos policías.

Fueron desapareciendo, sin despedirse, poco a poco.

La alambrada cedió un día, con un ruido torpe, vencida —como tantas cosas— por su propio peso. Ayudó, paciente, aquel viento del sur, del sur que siempre nos persigue.

Una mañana mi hija gritó: “¡mirad: no queda nadie!”. Y era cierto: del otro lado ya no quedaba nadie.

Del otro lado.

Recogimos lo poco que teníamos, y salimos, de nuevo,  a caminar. 
De nuevo y, sin embargo, como siempre: sin mirar, sin mirar atrás.

Al otro lado, entre árboles llenos de frutas frescas, vimos sus casas. Cerradas.

(No fue sencillo forzar las puertas).

Dentro yacían sus cadáveres: cuerpos detenidos, a diferentes edades, en distintos grados  de descomposición. Algunos sentados, inclinados sobre una mesa, frente a aquellas pantallas apagadas; muchos —los más— en sus camas, otros por el suelo,  intentando llegar, supongo, como nosotros, a cualquier parte, a alguna parte.

Tras varios días de caminata entramos en la ciudad. 

Mi hija señaló hacia la colina. “¿Podemos dormir ahí?”, dijo, “está rota, la casa, está vieja  y rota como un castillo atacado por dragones”.

“Está rota y es preciosa”, dijo. Mi hija.

Vamos enterrando, día tras día, a toda esa gente. 
Cuando tenemos tiempo.

Es una pena, pienso ahora, que no nos puedan ver desayunando, entre estas ruinas, entre estas columnas, bajo sus templos (que también eran los nuestros). 

Ellos, que no querían que entráramos.

Ellos, que no quisieron —nunca— ponerse de nuestro lado.

Ellos que no quisieron 
ni tocarnos.



miércoles, 1 de enero de 2020

(DES)PROPÓSITOS 2020

Empezar de nuevo 
donde siempre acabo.

Conseguir vivir en una ciudad 
donde se pueda oír 
el sonido de las bicicletas 
deslizándose entre los árboles. 

Usar mi sofisticada inteligencia para simular ingenuidad. 
Creer ingenuamente que poseo una sofisticada inteligencia.

Clasificar los tés por su tono, como los acordes. 
Identificar menores y mayores, su círculo de quintas. 
Pedir un té verde en Si bemol mayor
y que ella me entienda
(Tú ya me entiendes).

Construir un templo donde recogerse, 
donde buscar inspiración, 
donde poder esperar a entender mejor las cosas. 
Llamarle “biblioteca” 
(o “librería” si es de pago).

Encontrar la suerte. 
Darle las gracias amablemente
por haber sido tan generosa conmigo.

Fijar el rumbo
e ir, como siempre, 
por cualquier otra parte.

Intentar imitar menos 
a Benjamín Prado,
Imitar menos 
a los que imitan 
a Nicanor Parra.
(Robarles más, mejor,
descaradamente).

Descubrir una fuente de energía 
limpia, inagotable. 
Saludarla, cada amanecer 
(y que sean muchos).

Descartar cualquier propósito 
por exagerado y narcisista.
Tener confianza en el caos. 


Acabar donde siempre,
empezando de nuevo.