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jueves, 3 de febrero de 2011

ANNA AJMATOVA HACE COLA


Anna

Hace cola frente a la prisión.

Ahora

Anna es de piedra y de recuerdo.


Lleva,

en un gran bolso de lana,

comida caliente

(calor, sólo por un momento).


Su hijo,

—como nosotros—,

hace ya diez años

o hace ya mil versos,

—¿son tantas las palabras

porque nunca son suficientes?—

sigue encerrado,

al cuidado del frío,

en el centro exacto del miedo.


Calor, solo por un momento

en las celdas pintadas de luna nueva.


Cuando la luna es de melón…


Anna

recuerda esa noche:

hace ya diez años

—o hace ya mil versos—

que se nos llevaron.


Anna es de piedra y de recuerdo,

siempre en pie, frente a la prisión.


Piensas que esto es trabajo…


Alguien dice algo así como:

Tu marido,

tu hijo, los amigos:

tu trabajo es mantenerlos vivos

y hacer transparente

el muro de la prisión,

defender a tu gente,

a su memoria,

desprender de la Historia

las Letras Mayúsculas

con las que nos someten.



Anna

hace cola,

es piedra,

frente a la cárcel,

ahora es todas las madres

(calor, solo por un momento).


Alguien le ha recordado

que también de piedra

están hechos

algunos poetas.


Ahora

Anna escribe en su memoria

—que ya es la nuestra—

escribe

donde la gente padeció

su desdicha.


AD-HERIRSE

Al menos,

llegado el caso,

deberíamos devorarnos

de frente.


Al menos

dar la cara,

mirarnos

(y recordarnos así)

cuando perdemos

la razón.


Afrontar, encarar,

enfrentarse.

Sin parpadear.


(Antes de la herida

puedes oír el sonido

de la navaja

cortando el aire)


(Antes de la sangre

y del dolor

—antes de todo lo demás—

está esa mirada

—la mirada—)


No descuidar ni un detalle.

Un movimiento.

Un temblor.

La intención.


Viene,

se advierte entre nosotros

—el propósito es claro—,

contamina nuestra respiración.


Sólo de frente

se puede luchar,

hendir la hoja, matar.


Solo y de frente:

la espalda es para los muertos

(y ellos —seguramente— supieron por qué).