Mi tristeza ha sido la campeona de la Liga de invierno.
Me he dedicado a regatear,
como una mosca entre las cruces del cementerio,
idiota,
con esa leve pulsación en la cabeza
y sin advertir la cercanía del hilo de la tela de araña.
La vida es lo que sucede entre dos copas de Europa.
Y ahora tengo síntomas de Agosto.
El campo limita al Norte con el Mar Muerto
y al Sur con la jubilación.
La línea de cal parece querer atraparme hacia su abismo
y me ha parecido ver la senda que marcaba el carrilero de este mismo equipo
en los ochenta.
La prórroga, tan sobrevalorada, ofrece en realidad nada,
a destiempo,
siempre.
Hubo un momento para haber dado el pase que imaginé
que se curvaba como un sueño lleno de mirlos
y aullidos.
Siempre sucede lo irremediable:
ya han privatizado los saques de esquina
y alguien grita ¡imaginación! desde el Fondo Sur.
Mejor sigo siendo balón.
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