(desde Bill Bryson, Una breve historia de casi todo)
En 1717, Daniel Gabriel Fahrenheit desarrolló el primer termómetro de suficiente precisión. Después lo calibró situando el punto de congelación del agua en 32 grados y el de su ebullición en 212. Todavía se desconoce porqué utilizó esos números y, de igual forma, cómo alguien puede ser tan brillante e irracional simultáneamente. Ni cómo calibrar ambos extremos.
La Corriente del Golfo transporta, a diario, una cantidad de calor equivalente a la producción de carbón mundial de diez años. La Corriente del Golfo es, por tanto, un fenómeno colonialista, gratuito y claramente insostenible que sólo persigue el bienestar de las Islas Británicas.
15 centímetros cúbicos de greda de Dover (no me pregunten: busquen en Internet) contiene más de 1000 litros de CO2 comprimidos. La greda de Dover es, por tanto, una (bellísima) arma de destrucción masiva (sin espoleta).
La Naturaleza, esa fuerza audaz y, por tanto, desmanotada, lanza a la atmósfera unos 100.000 millones de toneladas de CO2 al año, casi 30 veces más que los humanos con sus coches y fábricas. En su disculpa diremos que la Naturaleza no ratificó Kyoto (pero viceversa).
El agua lo invade todo: una vaca es un 74% de agua, un humano, alrededor de un 65%, una patata un 80%. Desde este punto de vista, nos parecemos más a una patata que a una vaca. Lo que resulta realmente alarmante (y milagroso) es que un tomate, con lo bien que le va al pan en determinadas comunidades autónomas, sea un 95% de agua.
Si el mar decidiera desecarse y el viento, después, esparciera su sal habría suficiente cantidad de ésta para cubrir toda la tierra del planeta con una capa de 150 metros de espesor. Menos mal que el mar, tan salado, paradójicamente, no sabe.
Dice David Attenborough que la ballena azul tiene unas proporciones tan gigantescas que algunos de sus vasos sanguíneos son tan anchos que podrías bajar nadando por ellos. Dice Woody Allen que para qué.
Los picos de los calamares gigantes, obviamente indigeribles, se acumulan en el estómago de sus depredadores, los cachalotes, formando sus restos una pasta informe y gelatinosa llamada “ámbar gris” que, tras extraerse de los cadáveres de estos bellos animales marinos, se emplea ampliamente en perfumería. Supongo que a partir de ahora verás tus cosméticos con otros ojos (o picos).
Las malas intenciones no ocupan lugar: un virus es un trozo de ácido nucleico dispuesto a joderte la vida, en cualquier momento. Y, atento, un compañero de trabajo es mucho más grande que un virus.
Al final, los científicos son los únicos que no saben nada a ciencia cierta.
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