Es inútil
llamar a las cosas por su nombre
(ellas nunca lo reconocerán);
matar el deseo, gobernar el alma,
es inútil
acostarse como en un ritual
y pretender, después, soñar.
Es inútil
comprar un cuaderno nuevo
cuando ya no quedan palabras nuevas por apuntar.
Es inútil
la regla del nueve,
la ley de la palanca,
la astronomía para ver de lejos,
o llevar gafas para verte de cerca.
Es inútil
apuntar (incluso entre los ojos)
para no olvidar,
pensar en colores y vivir
en blanco y negro,
llevar casco en una guerra nuclear,
vivir de leyendas, beber
(excepto beber de verdad),
es inútil amar los objetos
que no te corresponden.
La poesía es inútil, por supuesto,
y la ansiedad,
los bálsamos,
los paños de lágrimas
(particularmente al amanecer),
las oraciones que cuestan una eternidad,
también, inútiles, también,
las frases tan redondas que se muerden la cola
son lo que son:
verdades a medias, verdades
a medida que se apagan
(ya).
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