Aceptemos un universo repleto de vacío
donde nada es continuidad, ni hilo, ni
espectro,
ni gama de grises
sino, en realidad, partículas,
aislamiento,
unidades discretas,
pulsos,
cuantos
y, entre medias,
silencio.
Aceptemos un océano de riesgo,
un prodigio logarítmico de ignorancia,
una esfinge escupiendo, incesantemente,
paradojas,
potencias de casi nada.
Estudiemos con atención la propuesta
de la Física,
la gloria de la determinación,
órbitas definidas con matemática
belleza
y, a la vez,
la ambición de escrutar lo que apenas
(o menos mal) es probable,
el misterio ineludible de ¿cosas?
ínfimas
que están, simultáneamente, en dos (o
más) lugares distintos,
un gato que está muerto y vivo
al mismo tiempo.
Estudiemos la gravedad
(aunque nunca acaba de encajar).
Muerto Dios, recién enterrado, aún
caliente su espectro
creador e inmisericorde, olvidado su
índice férreo
que señalaba un destino único,
marmóreo, divino,
nos ofrecen
(parecen buena gente aunque algo
desaliñados
estos físicos teóricos)
el consuelo de vivir, o haber vivido,
varias vidas
en distintos universos
(con, parece, conciencia solo de uno
que puede ser éste o su vecino
o su pretérito imperfecto)
el alivio de un mundo diverso
que se resiste a quedar atrapado en una
decisión:
un río, sí, pero un río que se
fragmenta a cada instante,
un delta infinito, una raíz que se
adentra, permanente,
multiplicando, resolviendo, nuestros
futuros,
(recordemos: vivos y muertos, al mismo
tiempo).
Redactemos con precisión nuestro
diario
de lo que no sucedió:
el cuaderno de bitácora de decisiones
amortizadas,
el mapa de los deseos frustrados,
la guía de uso de los abandonos, del
desaliento,
de lo evitado:
sabemos que en algún ¿mundo? paralelo
lo hemos intentado, ha sucedido,
sucederá.
Confiemos en que seguimos vivos en
ese lugar.
Anotemos qué podría estar pasándonos,
con toda precisión,
con rigor académico,
con toda esta magnífica incertidumbre
Vivamos por unos cuantos.
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