En la imaginación de mi hija
hay un mirlo pardo que siempre vuelve.
Y sé que eso la salvará.
Ella siempre pregunta cosas
como por qué se crece sólo hasta
cierta edad,
por qué el humo tapa la luz,
por qué te gusta la cerveza si está
amarga,
por qué hay que leer si es aburrido,
si es inventado,
si no es de verdad.
Ella piensa en el miedo como en la
fiebre,
como algo que se pasa
(que se pasa y ya está).
Y yo quisiera enseñarle,
antes de que (yo) sea demasiado tarde,
la última playa que hemos dejado sin
apartamentos,
la única marca de vaqueros que no deja
rastro de muertos,
la física inexorable del desorden,
la belleza del spin
de un electrón;
enseñarle que puede parecer que sí,
pero que apenas si hay tiempo.
Pero ella ya sabe que lo malo no es que
no puedas dormir
sino que te quedes sin sueños.
Mi hija siempre pregunta
por qué no hay más de siete notas,
por qué a alguien se le ocurrió algo
tan tonto
como que si mientes te crecerá la
nariz
(y a él no le creció),
por qué dicen “en el fondo” cuando
quieren decir “de verdad”,
por qué los libros son más altos que
anchos,
por qué el vacío conserva (y no
absorbe) las cosas
(y de dónde sale, el vacío).
Y yo no sé cómo decirle
que lo que nos hace inteligentes
es lo mismo que, a la vez, nos duele,
que hay demasiadas cosas
(y personas, me temo)
que son mucho menos que la suma de sus
partes,
que, la mayoría de las veces y
simplemente
yo, hija, tampoco lo sé.
En la imaginación de mi hija
hay un mirlo pardo que siempre vuelve.
Eso sí lo sé
y se lo agradezco,
cada vez más.
Precioso, Pepe.
ResponderEliminarEse mirlo naravilloso posiblemente estará(habiendo tenido un alfeizar más estrecho y siendo menos juguetón ) criogenizado en nuestro interior o si no está desearíamos su venida para poder retomar la belleza de las preguntas y desandar todas esas certezas que nos hacen mayores y falsos. Porque lo que queremos es no tener miedo y solo en las ficciones, ajenas y propias, nos da respiro.
ResponderEliminar