Hay
#libros
tan cargados de razón que se llaman a sí mimos #libros
de texto, como si los demás no lo fueran o lo fueran menos.
Hay
#libros
tan bien educados que detestan que los señalen con el índice y
#libros
aburridos que quedaron en el estante, inclinados e inmóviles,
asesinados, atravesados para siempre por un punto de lectura.
Hay
#libros
tan tímidos que, frotando levemente sus primeras páginas, consiguen
borrar su ISBN y despistar a los libreros, burlar a internautas y
contables, evitar ser tocados, ser leídos, tenidos en cuenta,
inventariados. Hay #libros
así, casi por completo libres.
Hay
#libros
que fueron torturados, secuestrados por su narrador omnisciente,
#libros
a los que nunca se les permitió hablar en primera persona.
Hay
libros ya viejos, avergonzados por sucesivas ediciones de cada vez
peor calidad, #libros
que se recuerdan tan elegantes, vestidos de tapa dura y con fajas
llenas de críticas benevolentes y cifras de ventas.
Hay
#libros
tan sesudos que sólo deberían leerse con la suficiente presbicia y
#libros
pesadísimos que no aligeran por más fajas que les pongan sus
libreros.
Hay,
por supuesto, #libros
de instrucciones que nunca enseñaron nada y #libros
de invitados que nunca lo fueron.
Hay
esos #libros
antiguos, los grandes clásicos, #libros
que mienten tan bien que parece mentira, #libros
que mienten como bellacos.
Hay
#libros
perdidos, robados, cambiados, hay #libros
que apenas quieren ser más que vehículos de las dedicatorias de sus autores y
#libros
con la primera página arrancada, donde antes hubo una firma, un deseo, un abrazo.
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