Cuidadosamente elegidas
como las armas del criminal experto
para escamotear el verdadero móvil, la intención
última
[la gente escucha, la mayoría cree
que algo importante va a ser dicho,
la verdad, revelada, revestida de bonitas palabras de celofán]
palabras buscadas entre las más eficaces, extraídas
con precisión de insecto
entre las infinitas posibilidades de no decir la verdad,
cultivadas al calor de lo políticamente correcto,
palabras que, en último término,
no dicen nada
[la gente abre la mirada, la sala
es un nido de silenciosos polluelos
deseando que alguien deposite en su boca
las palabras adecuadas]
el discurso fluye, lubricado
por el almíbar de los adjetivos tan bien educados
por adverbios de buena familia
al aroma de perversos neologismos
sobre un lecho de oraciones subordinadas.
[alguien sufre un ligero escalofrío
por el descenso térmico que compensa
tanta tontería con suéter de angorina]
antes de despedirse, el conferenciante se distancia,
levemente, del atril
como si algo, por fin, pudiera suceder,
por un instante demuestra su santa indignación
que subraya con un (enérgico) final,
con una gimnástica pirueta,
con un atrevidísimo
[temblor]
“me llama poderosamente la atención
que nadie antes...”
[y ya la gente, prácticamente exhausta,
estalla en admiración;
después, ordenadamente, abandona la sala
apenas notando ese leve peso sobre los hombros,
esas bonitas palabras que ahora se alimentan,
con elegancia, tan bien adaptadas,
mordiendo en la yugular]
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