Gente en busca de áticos. Gente doblando esquinas.
Gente entretenida mirando el hilo blanco y recto que dibuja un avión lleno de gente preguntándose, otra vez, por qué.
Gente indiferente ante ciertos aromas, por otro lado, ineludibles.
Gente que busca a otra gente (y gente que come gente).
Gente capaz de tanto, atascada tras el camión de la basura que deja (ellos creen) otra gente.
He visto gente más allá de las Puertas de Orión, aunque ellos eran incapaces de notarlo.
He conocido gente obsesionada con no parecerlo.
He conocido gente (y también escritores).
He deducido algunas reglas para entender a la gente que insisto en aplicar con la esperanza de hacerlas fracasar una y otra vez.
Gente merodeando las casas de empeños. Gente que sigue confiando en las cajas de ahorros.
Gente que siempre vive en las casas de enfrente.
Gente que hace que otros parezcan felices (aunque estos últimos lo negarían).
Gente incendiaria y gente en peligro de extinción.
He conocido gente que parecía salida de una novela y pocas novelas donde saliera, de verdad, gente de mentira.
En ocasiones he supuesto el invierno por lo abrigada que iba la gente.
He leído palabra por palabra algunas miradas y he fingido ser gente entre la gente. Nunca he sido descubierto.
He conocido gente muy triste que desearía habitar en libros de instrucciones.
Gente que nunca pidió perdón.
Gente como notas desafinadas (y el correspondiente papel pautado).
Gente adrede, gente sin querer, gente deshabitada envuelta en gabardinas de tonos (excesivamente) pálidos.
Gente encontrada y gente echada a perder.
Gente como una Luna, orbitando alrededor de una norma. Y su cara oculta.
Gente atrincherada, sin asomo de guerra.
He puesto mucha gente en un papel (y quizá no era el momento adecuado).
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