Al menos,
llegado el caso,
deberíamos devorarnos
de frente.
Al menos
dar la cara,
mirarnos
(y recordarnos así)
cuando perdemos
la razón.
Afrontar, encarar,
enfrentarse.
Sin parpadear.
(Antes de la herida
puedes oír el sonido
de la navaja
cortando el aire)
(Antes de la sangre
y del dolor
—antes de todo lo demás—
está esa mirada
—la mirada—)
No descuidar ni un detalle.
Un movimiento.
Un temblor.
La intención.
Viene,
se advierte entre nosotros
—el propósito es claro—,
contamina nuestra respiración.
Sólo de frente
se puede luchar,
hendir la hoja, matar.
Solo y de frente:
la espalda es para los muertos
(y ellos —seguramente— supieron por qué).
No hay comentarios:
Publicar un comentario