Te
acicalas,
está
a punto de llegar.
Un
leve temblor lo anuncia.
El
frasco luce, vacío, triunfante,
una
gota de sangre recuerda
tu
ansiedad al abrirlo:
no
puedes, nunca puedes, esperar.
Ellos
creen saberlo todo,
te
suponen maldito, enfermo,
te
sospechan cegado, atrapado
por
la ambición de ser otro,
más
fuerte, terrible,
la
tentación de tu lado animal.
Tú,
Hyde, sonríes:
hoy
tendrás, de nuevo,
el
semblante banal,
del
médico piadoso,
el
elegante, levemente atormentado,
Dr
Jekyll (un buen hombre, dicen):
hoy
aparecerá,
la
sustancia aportará su
ciencia,
su formidable efecto,
su formidable efecto,
(cuando
cese el temblor).
never
hyde,
a
la luz del día,
resplandece
la camisa planchada,
el
gesto inocente,
esa
máscara precisa
(precisamente
humana):
el
aspecto exacto,
que
te permitirá, otra vez, matar.
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