Recuerdos
anónimos pueblan
mi
memoria,
se
esconden entre pliegues,
entre
arrugas.
En
las curvas estrechas pronuncian
su
letanía.
Y
no encajan, no han sido nunca míos.
De
alguna forma lo sé:
son
fragmentos perdidos
de
alguna otra conciencia
que
vienen a reproducirse,
a
ocupar,
huérfanos
de su legítimo propietario.
Recuerdos
virales,
spam,
pensamientos agazapados
entre
las coherentes líneas de mi historia,
transforman
matizan
reformulan
mis
experiencias más sólidas:
alteran
el
sentido de cada rostro;
la
luz suave, cálida,
ahora
es bruma
o,
al contrario,
se desmiente y
deslumbra y ciega;
las
palabras de aliento
tienen ahora segundas lecturas,
intenciones
torcidas;
los tonos agrios del
sarcasmo
tiñen
los elogios antiguos;
lo
ingenuo decae en absurdo
o
infantil
o
estúpido.
Recuerdos injertados
que se reproducen,
se
adaptan, migran y mutan:
y puede que, más tarde,
y desde aquí,
te infecten.
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