Soy tan impaciente
que me despierto
exigiendo un nuevo día
cada noche
(y me enojaré si no vuelve
cada día, también,
a despertarme).
Soy tan impaciente
que no atiendo a razones,
ni al credo,
ni al reloj,
ni a los consejos de los médicos,
ni al amor,
ni a la suerte.
Aunque soy, también
(y de algún modo),
equidistante:
y me espero,
siempre que me dejo,
siempre que puedo.
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