Por el día
el tren es solo un metro venido a más,
rodeado de paisajes
que ni en pintura
…
(pero la sensación es idéntica:
la vida que se aleja
a demasiada velocidad,
de sí misma,
grosera,
sin despedirse).
A la tarde
las luces se entretienen en naranjas
y rosas,
los árboles bajitos presumen
de sombras cada vez más largas
y en el vagón-restaurante
los camareros cuentan
por donuts
el aburrimiento,
y hacen barricadas de sobres
de azúcar
y su amargura destila
un café solo —sí, sin acento—
muy corto.
A la tarde,
en el tren,
de tanto en tanto,
los turistas profanan con güisquis
venidos a menos
las traviesas que antes fueron,
por derecho propio,
de un tren minero.
De noche
todos los trenes son ya solo metros,
(pero metros perdidos, sin ciudad,
sin esos mapas infantiles
que señalan estaciones
con botones
de colores
tan chillones).
De noche
los trenes aúllan
como los perros sin dueño,
a la luna
y envidian a las casas que descansan
mientras las dejan atrás,
muy atrás,
más atrás,
con las persianas a media asta,
iluminadas apenas
por la luz intermitente ¿azul-nevera?
de los televisores.
En el tren,
los sueños viajan temblando de miedo
bailando en las ventanillas espejadas
con el azogue que crece
entre ciudades que se ignoran.
En el tren,
dos viejos se han abrazado
aunque —o porque— sospechan
que ya no son los mismos
(ni ellos,
ni el tren,
ni su sospecha).
En el tren,
de noche, asustados, estrechos,
transcurrimos por el túnel
que va siempre
que siempre irá
de más a menos.
Gran poema..
ResponderEliminarMe ha recordado a ese cuento de Ford